domingo, 21 de diciembre de 2014

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS.

DOMINGO IV DE ADVIENTO. 

Domingo 21 de diciembre de 2014.


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de este Domingo, pincha abajo en "Más información".


Comenzamos hoy la Cuarta Semana del Adviento, siendo también la última y, este año, la más corta porque a mitad de la misma comenzamos el Tiempo de Navidad, en la medianoche del miércoles 24 al jueves 25 de diciembre.

Ya tenemos la sensación de la muy cercana llegada del Mesías. Los profetas anunciaron su venida siglos antes y la espera se ha hecho larga para algunos, pues muchos no llegaron a vivir ese sueño porque murieron antes de que sucediera. Y es que el profeta es el que anuncia algo bueno que va a suceder y anima a los creyentes a tener esperanza, algo que él también tiene porque no sabe cuándo se hará realidad.

En la Primera Lectura, del Segundo Libro de Samuel, El rey David ya está gobernando en Jerusalén, capital de Israel, una vez se ha conquistado esta plaza. A semejanza de las naciones cercanas, el monarca vive en un lugar que además de ser su residencia y la de su familia es el lugar del gobierno y administración del Estado. Por eso David no tardará en construir un palacio para él y sus sucesores. Pero para el mismo rey como para todo el pueblo hay alguien más importante y superior a todos: Dios. 

El Arca de la Alianza, construida para guardar las Tablas de la Ley entregadas por Dios a Moisés en el Monte Sinaí ha estado peregrinando desde entonces, cuando el pueblo de Dios caminaba, de manera nómada, hacia la tierra prometida. En Jerusalén el rey David y el pueblo ya sienten haber alcanzado en plenitud esa tierra de esperanza. Por lo tanto, desde el corazón de David surge un deseo: si él, siendo rey, vive en un gran palacio, ¿cómo Dios no va a tener el suyo? Así nace la idea de querer construir cerca del Palacio Real el gran Templo de Jerusalén, en donde será guardada y adorada el Arca de la Alianza, reliquia de la manifestación más grande de Dios a su pueblo. Y David quiere construirle una Casa a Dios donde sea adorado.

La respuesta que Dios le hace llegar a David a través del profeta Natán es preciosa como extraordinaria. ¿Quién es David o cualquier hombre para construir una casa a Dios? Lo que tenemos es porque Él nos lo ha dado, todo proviene de sus manos. ¿Qué le podemos dar nosotros a Dios que Él no pueda procurarse? A veces nos creemos que todo depende de nostros, que en nuestras manos está el futuro y que nosotros somos señores de todo. Dios recuerda a David que antes de ser rey era un pastor, y que ha alcanzado la realeza como sus éxitos en las decisiones políticas gracias a Él. Así, pues, tenemos que llenarnos de humildad y agradecer a Dios todo lo que nos ha dado, y que a pesar de nuestra debilidad tenemos las grandezas que Él ha hecho en nosotros y con nosotros. Sólo Dios es el grande, el imprescindible, el que lo puede todo, como nos dice el Evangelio de hoy: "porque para Dios nada hay imposible".

Es Dios el que vence las dificultades y el que va por delante de nosotros abriendo caminos que para nosotros son inaccesibles. Sin Dios no somos nada ni podemos nada. La Iglesia la construye y la mantiene Dios, no los cristianos. La Iglesia es grande porque Cristo está en medio de ella. La Iglesia no es grande por lo que hacemos nosotros sino por lo que Dios hace, muchas veces a través de nosotros. Dios promete a David una descendencia y un reino que no terminará, y así será. Cristo es descendiente de David y es el Rey-Señor del Reino de Dios por los siglos de los siglos.

Hermanos, no dejemos de reconocer lo que Dios hace con nosotros, que no somos mejores que los demás ni Dios cuenta con nosotros porque seamos superiores a otros. Dios nos elige y pone en nosotros lo que nos falta y hace lo que a nosotros nos resulta imposible. No queramos ser más que el Señor y no queramos prescindir de Dios. Sintamos nuestra pobreza ante Dios, porque si algo tenemos es porque Él nos lo ha dado. Dios no quiere templos de piedra sino corazones que lo acojan y lo amen. Deja que Dios construya su casa en tu corazón y en tu vida, porque los cambios que quieras hacer en ti por tu cuenta son propósitos que sin la ayuda de Dios se desvanecen en seguida. Al igual que Cristo viene a las entrañas de la Virgen María, así quiere venir a tu corazón. Dejémosle venir y estar. Dejemos que Dios edifique nuestra vida, que lo hará con consistencia para que ningún terremoto que nos aceche, ni problemas, ni miedos, ni fracasos, puedan derribarla. Sólo Dios es grande, sólo Él merece la pena, sólo cuando nuestra vida está cimentada en Él, centrada en Él y sostenida por Él alcanzamos la felicidad, la paz y la estabilidad.

Feliz Día del Señor.