viernes, 10 de noviembre de 2017

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE DIOS. Trigésimosegundo Domingo del Tiempo Ordinario.

Sé siempre responsable y cuida todos los días de que a tu lámpara nunca le falte el aceite del amor, para que la llama de la fe siempre esté viva cuando llegue el Señor a tu encuentro.


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Estamos llegando al final del Tiempo Ordinario y del Año Litúrgico, y la centralidad del mensaje de la Sagrada Escritura está en el anuncio de la llegada del Reino de los Cielos, por lo que nuestra actitud ha de ser la de confiar en la certeza de que está llegando y en la certeza de que su inesperada llegada no puede llevarnos a la improvisación: hay que estar vigilantes y preparados.

Esta parábola que en el día de hoy nos propone la Iglesia para nuestra reflexión y oración a través del Evangelio según Mateo, nos sitúa en un momento de crisis en las primitivas comunidades cristianas porque la promesa de la venida del Reino de los Cielos se va dilatando en el tiempo, lo cual produce incertidumbre, desesperación, frustración y relajación en muchos de los primeros cristianos.

Mateo emplea esta parábola que pone en boca de Jesús para invitar a que no se baje la guardia. Y nos sitúa en el contexto de una boda judía de la época, en la que la novia, encontrándose en la casa de sus familiares, tenía que esperar a que el novio llegase para recogerla y trasladarse juntos al nuevo hogar, la casa del novio donde se festejaba el enlace. Era normal que el novio, como aparece en el texto, se retrasase mientras las familias de los nuevos esposos se ponían de acuerdo en la dote, mas lo importante que destaca este pasaje no es el justificado retraso del novio sino el descuido de la novia por no estar lo suficientemente preparada para recibirlo. 

Nuevamente se compara el Reino de los Cielos con uno de los momentos más alegres y festivos de la vida de un judío o de una judía, el día de su boda. Pero las diez jóvenes son un símbolo de la Iglesia, que no es homogénea sino que entre sus miembros existen diferencias, e incluso divisiones, porque hay personas necias y personas prudentes.

Todas se duermen, pero el dormirse no es considerado una falta o un error, sino que la falta y el error está en que unas no se proveyeron del aceite necesario para alimentar sus lámparas, mientras que las que sí se proveyeron pudieron recibir dignamente al esposo, que este en caso se refiere a el Señor. La llegada del esposo, del Señor, es un juicio que diferencia y separa.

Esta parábola es un toque de atención y una exhortación para todos  con la finalidad de que estemos preparados para la venida del Señor, que puede suceder en cualquier momento y cuando menos lo esperemos.

Estar preparado es mantener viva en todo momento y situación la llama de la fe, a través de la escucha de la Palabra de Dios y de la vivencia de los sacramentos, que se resumen en una vida en amor a Dios y a los demás, pues es el aceite que no ha de faltarnos nunca. 

El retraso del Señor nunca nos ha de llevar a la relajación o al descuido de nuestro compromisos como bautizados, más bien, el creer en su venida ha de ser un estímulo para que no nos cansemos sino que vivamos con más intensidad los valores del Reino de los Cielos y que nos enseña el Maestro. La relajación y la impaciencia son dos peligros que tenemos que superar con la actitud de la constante vigilancia. 

Mi salvación no depende de que el otro se salve, no depende de que el otro sí esté preparado con su lámpara a punto. Yo tengo que preocuparme de manera personal de que la mía lo esté y no dejarme llevar de las influencias de quien no se prepara ni preocupa por su salvación.

Hoy nos ha tocado vivir un presente y la venida del Señor será antes o después. La prontitud o la tardanza no es lo importante, pues lo más importante es que yo tengo que aprovechar el tiempo que Dios me da para que tenga la oportunidad de salvarme.

El Señor como esposo viene a nuestro encuentro, pero ¿cómo lo hace? A veces, como se nos dice en otros pasajes, viene de manera irreconocible, porque tenemos que descubrirlo en el rostro humano de los que sufren, de los enfermos, de los presos, de los que pasan hambre... y en el Pan de la Eucaristía, el pan de la fraternidad. Y si no lo reconocemos, Él tampoco nos reconocerá a nosotros: y no podremos participar de su fiesta y de su banquete.

Durante muchos siglos se ha anunciado la venida del Señor como un momento caótico, de angustia y lleno de terror, sin embargo esta parábola nos quita todos los miedos y nos da una visión positiva del encuentro con el Señor. Jesús nos presenta a Dios como la alegría, como la felicidad y como la abundancia, porque el amor de Dios es más grande que nuestras propias debilidades humanas.

Vivir sin esperar nada ni a nadie, pensar que con la muerte todo se acaba, es tener poco aceite en la lámpara que tan sólo se mantiene de pequeños proyectos diarios. La fe nos abre a un gran futuro y a una vida nueva suspendida en la eternidad, a una vida de encuentro con el que es la Vida. 

A pesar de las dificultades, a pesar de las decepciones, a pesar del sufrimiento que a veces llevamos junto a nosotros, el cristiano ha de permanecer con la llama de la fe bien encendida para superar las amenazas, pues la esperanza vitaliza la llama de la fe y nos mantiene fuertes, para seguir luchando y para seguir esperando.

Emilio José Fernández