domingo, 16 de agosto de 2015

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS.

Domingo 16 de agosto de 2015.




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Queridos hermanos y hermanas:

En este Domingo, el número XX del Tiempo Ordinario, seguimos con la temática que la Palabra de Dios en la Liturgia de estos últimos domingos pasados viene desarrollando para meditación nuestra: la Eucaristía, que es la presencia real de Cristo en la Comunidad cristiana; que se nos da como alimento espiritual que da vida a toda la persona que con fe se acerca a esta comida sagrada.

Hay una insistencia en los textos sagrados de estos días de querer convencernos de que la Eucaristía es un sacramento y no es un conjunto de ritos estéticos o vacíos, ni siquiera la "teatralización" de algo sucedido en el pasado, sino de que en la celebración eucarística sucede algo que es en el presente, y que no puede hacerse si no es con la actuación del Espíritu Santo. Cristo se hace presente en la comunidad mediante la fracción del pan, por lo tanto, nos encontramos con Cristo a través del pan y a través de los hermanos: pan eucarístico y fraternidad, dos realidades que no se pueden separar ni entender la una sin la otra, de lo contrario podemos caer en un intimismo personal (solo Cristo y yo) que no nos hace bien espiritualmente sino que puede embuchar nuestro ego en la creación de un ambiente cómodo provocado al aislarnos de todo. Hasta los grandes místicos han estado muy comprometidos con el mundo y las personas de su época.

En la primera lectura, Dios, que es la Sabiduría, es el que ha creado la Eucaristía como un banquete. El banquete, tan presente en la cultura mediterránea y en el Evangelio, como métafora de lo que será el Reino de Dios, aparece ahora también en esa comparación con la Eucaristía. El banquete no es sólo una comida para alimentar el cuerpo sino que es un momento agradable, de fiesta y alegría, de amistad en donde los amigos se encuentran para compartir su amistad y la vida. La Mesa de la Eucaristía es tan extensa como el número de los invitados a ella. Y todos somos invitados. Por eso los cristianos nos reunimos todos los domingos, al menos, y lo hacemos para, juntos y en fraternidad, forzar nuestros vínculos de unión con Dios y los hermanos. Por eso la Mesa se convierte en el lugar central de nuestras celebraciones litúrgicas, pues esa Mesa es el Altar donde se realiza el sacrificio actualizado de Cristo, el Hijo de Dios; una Mesa donde los hijos de Dios se reúnen con Cristo, que nos preside, a través de su ministro (el sacerdote). La Mesa que nos pone Dios es el mismo Cristo, por eso la Mesa del Altar está "crismada", es decir, ungida con óleo (aceite) del Santo Crisma, acto que realiza solo el Obispo. Mesa santa, Mesa del Señor. Mesa vestida con manteles de fiesta porque Cristo, el Resucitado, está vestido de gloria. Mesa que el Viernes Santo, momento en que Cristo es despojado de sus vestiduras para subir a la cruz, la Iglesia la desnuda y la muestra sin manteles.

Preciosa esta lectura que nos habla de que Dios, como todo Padre, nos prepara con cariño y esmero la Mesa para alimentarnos: con el pan de la vida y el vino de la alegría-amor. Dios ha hecho su Casa (su morada) en medio de nosotros, con siete -número sagrado para los judíos: “que todo lo comprende y todo lo contiene”- columnas. La Mesa expuesta para todos los invitados, los cercanos y hasta los alejados. Es un pan y vino para todos los hambrientos y sedientos de Dios.

¿Pero quién es digno de acercarse a comer ese pan y de beber ese vino? San Pablo nos da la respuesta con una indicación con la que nos invita a mirar nuestra vida en sinceridad: "Fijaos bien cómo andáis". Es decir, cada uno tenemos que analizar cómo está nuestra vida y cuáles son nuestras metas y proyectos. Y lo que queremos nosotros, ¿es lo que Dios quiere de nosotros? ¿Mi vida es una alabanza a Dios? Dios nos quiere cerca pero somos nosotros los que nos alejamos cuando egoístamente queremos ser nosotros mismos sin que nadie interfiera, ni siquiera Dios. Que Dios me de cosas pero que Dios no me moleste (no me exija), es un pensamiento muy metido en los creyentes de todos los tiempos, y hoy más cuando estamos acostumbrados a tener y conseguir de todo, hechos para consumir.

San Juan en este capítulo seis de su evangelio desmenuza el sacramento de la Eucaristía para que podamos entender toda la profundidad de este misterio y podamos acercarnos a él y así tener vida eterna. Y esto de la vida eterna, que acabo de mencionar, no es algo menudo. Por lo tanto, si no tengo fe en el Resucitado y, por ende, en la resurrección, no tendré necesidad de acercarme a la Mesa del Señor. Y cuando me acerco y voy entrando en mi interior en el sentido profundo y en lo que contiene la Eucaristía, más madura mi fe, que se alimenta en ella.

Pero Cristo revoluciona todas las mentes y despierta los corazones. Pues la razón, como decía Santo Tomás de Aquino, no lo entiende ni lo explica. Cristo se identifica con ese pan que en su nombre se consagra, y nos dice que Él está en ese pan, mejor dicho, que tras la consagración Cristo es la Eucaristía, el pan que se parte y que reparte. Más grandeza contenida no puede haber en la Eucaristía, y si la resurrección es un milagro único e impensable antes, la presencia de Cristo en el pan eucarístico no es menos. Y es que la Eucaristía es en sí también es un testimonio de que Cristo ha resucitado, de lo contrario no podría hacerse presente en este sacramento. Cristo nos dice que la unión con Él se produce a través de ese encuentro en la Eucaristía. Por eso podemos hacer muchas cosas buenas, que hay no creyentes que también las hacen, pero olerán a humanidad. Para que, sin dejar de oler a humanidad, huelan también a Cristo necesitamos de la Eucaristía, la cual se prolonga en mis actos posteriores en los que Cristo se hace también presente en ellos, porque Él está antes en mí. Y el amor que vivimos en la Eucaristía se traduce en el amor que damos en nuestra vida diaria, el amor que nos abre las puertas a la otra vida. Así la Eucaristía estuvo tan presente en todos los santos de todos los tiempos, y hasta en los más activos como la Madre Teresa de Calcuta, por ejemplo. Y es que nadie puede dar lo que no tiene. Y quien tiene a Cristo lo puede dar. ¿Y dónde lo venden o se compra? Ni se vende ni se compra, como dice la copla, sino que se da gratis en la Eucaistía.

Buen Día del Señor a todos/as y buen descanso para quienes siguen o comienzan las vacaciones.