sábado, 13 de septiembre de 2014

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS. Domingo 14 de septiembre de 2014.



Para leer la reflexión de la Palabra de Dios
de este Domingo, pincha abajo en "Más información".


En las dos anteriores semanas, debido a la celebración de la Novena y de la Fiesta de la Virgen de la Piedad, no se publicó la edición del apartado "MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS" que venimos ofreciendo a los visitantes de este blog parroquial.

Hoy el Párroco retoma esta tarea de compartir con vosotros sus reflexiones a la luz de la Palabra de Dios que la Liturgia nos presenta cada domingo del año.

Hoy además de ser domingo (XXIV del Tiempo Ordinario), por ser 14 de septiembre, es también la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Las lecturas de la Liturgia de la Palabra son las propias de la Fiesta.

En la Primera Lectura nos situamos en los años en los que el Pueblo de Dios camina por el desierto. Un lugar físico que es la alegoría del estado que experimenta el alma del creyente cuando atravesamos experiencias de sufrimiento y de adversidad que se nos hacen inolvidables. No siempre el camino de la vida tiene el mismo aspecto ni nos ofrece lo mismo: tenemos oasis, cuestas, desiertos... 

Y cuando las cosas no suceden como uno quiere y nos molestan, y hasta nos enfadan e irritan, ¿quién no se ha rebelado contra Dios y le ha pedido explicaciones o respuestas? Y lo hacemos porque sabemos que todo lo que sucede no es ajeno a Él ni sucede sin su intervención. En medio del abandono buscamos a Dios como lo único que nos queda y como el único que nos puede ayudar cuando nos hemos quedado sin nuestras seguridades.

Y el gran pecado es no obedecer a Dios. Para obedecer hay que confiar. Por eso la falta de fe (confianza) nos induce a la desobediencia. La desobediencia es el primer pecado de la humanidad como nos enseña la Biblia. Eva desobedeció y animó a Adán a desobedecer. Se dejaron llevar por las indicaciones de una serpiente, signo del mal que habita en el mundo y en la humanidad. Nuestra humanidad de barro nos lleva hacia el mal, a dar la espalda a Dios, a desobedecerle.

Una serpiente de bronce con el poder de Dios y creada por las manos de Moisés, y elevada en un estandarte, es la que salva a los afectados de la mordedura de la serpiente primitiva. Es decir, el pecado de la humanidad, simbolizado en la mordedura venenosa de las serpientes, es vencido por la serpiente de metal y elevaba en un estandarte, que simboliza a Cristo elevado en la cruz. La muerte del hombre y de la mujer es vencida por otro hombre que tiene el mismo poder de Dios, el Hijo de Dios. Cristo no tiene pecado pero sí nos salva de los nuestros en su muerte en Cruz. Por eso para el cristianismo la cruz ya no se entiende como un instrumento de tortura sino como un instrumento usado por Dios para hacer posible la salvación. Esta lectura de hoy, escrita siglos antes del Nacimiento de Cristo, es toda una profecía.

El Salmo nos da una enseñanza: en medio del dolor y el sufrimiento no olvidar las maravillas que Dios ha hecho en nosotros. Que ni el mal ni el dolor humano eclipsen el amor diario de Dios hacia nosotros.

Pablo subraya en su Carta la grandeza de Cristo, la cual consiste en haberse hecho pequeño. Su humildad le ha llevado al dolor y a una muerte entregada por amor, algo que no se entiende desde las categorías y criterios humanos. Pero a los ojos de Dios y de los creyentes el Crucificado se ha ganado la gloria divina para siempre. Ojo al dato, estas frases de Pablo son una advertencia para navegantes: los discípulos de Jesús también, con humildad, hemos de vivir la experiencia del dolor y de la muerte en sus múltiples formas.

En el pasaje del Evangelio es Jesús quien explica a Nicodemo, todo un sabio, el sentido del texto de la Primera Lectura que ya he comentado. Cristo trata de confirmar que lo anunciado en ese texto sagrado se cumple en Él. Y Jesús añade otras verdades: el amor de Dios se ha hecho donación, entrega, desnudez, desprendimiento... El Padre nos ha dado el Hijo, lo más amado por Él, y el Hijo por amor a nosotros y al Padre ha dado su vida. Sólo el amor salva, da vida, recupera lo perdido. La misericordia de Dios es el mejor antídoto contra el veneno del mal y del pecado. El amor se convierte en gracia y en medicina. Dios no condena, sino que ama. Su amor es el que nos salva. El Sacramento de la Reconciliación es donde el Resucitado me salva de la muerte que el pecado me provoca. 

¿Cómo respondo yo al amor de Dios? ¿Dios para mí es el que condena o el que salva? ¿A quién acudo en los momentos en los que me siento amenazado y en peligro? ¿Es Cristo para mí el Hijo de Dios, el Salvador del mundo y de la humanidad?