martes, 17 de marzo de 2015

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS.

DOMINGO IV

DE CUARESMA.

Domingo 15 de marzo de 2015.

"Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna".
(Juan 3, 14-21).

Para leer la reflexión de la Palabra de Dios
de este Domingo, pincha abajo en "Más información".


Queridos hermanos y hermanas, seguimos en el Camino Cuaresmal, y en este Domingo IV de este tiempo litúrgico la Iglesia nos invita a mirar el poder del Crucificado y las consecuencias para nosotros de su muerte redentora.

No podemos entender el pasaje del Evangelio de hoy si no tenemos conocimiento de lo que se nos narra en el texto de Números 21, 4–9. Allí se nos cuenta cómo el pueblo de Dios, liberado de la esclavitud de Egipto, camina por el Desierto pero pierde la esperanza de llegar a la tierra prometida, por lo que en vez de mirar al futuro miran al pasado con nostalgia y con la sensación de que cualquier tiempo pasado, por malo que fuera, siempre fue mejor que el actual. De esta manera se rebelan contra Dios y contra su mediador Moisés. Dios, que se ha molestado por esta actitud de sus hijos, envía una plaga de serpientes con veneno mortal para que mueran aquellos que sean mordidos por ellas. La serpiente es un signo bíblico del mal y que ya estaba presente en la creación del mundo y de la humanidad. Una vez más la serpiente aparece en la enemistad de Dios y su pueblo.

Ante la mortandad que producen las serpientes, Moisés , en nombre de su pueblo, pide a Dios perdón por su pecado, por haberle ofendido, y le pide también una solución. La solución que le da Dios a Moisés es que fabrique una serpiente de bronce y la coloque en un asta para que todo el que mires a esta serpiente no muera sino que viva.

Hoy, en el Evangelio según San Juan, se nos dice que esta escena del libro de Números se actualiza en Cristo, quien al igual que la serpiente fue elevada sobre un asta, Él lo fue elevado sobre la cruz. Todo el que lo mira y contempla en la cruz como el Hijo de Dios será salvado y resucitado. Porque Cristo es la Luz del mundo, el que nos deja sentir a dios como nuestro Padre y sentir su amor y su misericordia. La salvación Dios la ofrece siempre pero es la libertad del hombre quien la acoge o la rechaza, por lo que cada uno somos culpables de nuestra propia salvación cuando rechazamos al Hijo de Dios.

Así, pues, que cada uno se examine ante el que es la Luz del mundo, Cristo, el Señor.