domingo, 12 de abril de 2015

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS.

DOMINGO II

DE PASCUA.

Domingo 12 de abril de 2015.

"Dichosos los que creen sin haber visto".
(Juan 20, 19-31).

Para leer la reflexión de la Palabra de Dios
de este Domingo, pincha abajo en "Más información".


En la noche santa del Sábado Santo celebrábamos la Vigilia Pascual con la que inaugurábamos el tiempo litúrgico de la Pascua, el más importante porque festejamos la Resurrección del Señor.

Precioso el testimonio de los Hechos de los Apóstoles sobre la descripción de las primeras y primitivas comunidades cristianas. La Iglesia en sus orígenes es conocida y admirada por lo que es en lo que hace. Es una comunidad de amor fraterno expresado en la visible solidaridad de quienes comparten fe, vida y bienes materiales. Es la comunidad que muestra el reflejo del Resucitado en ella y que habla con la palabra y con los hechos. Una Iglesia de ayer pero que ha de ser la de todos los tiempos, y la de nuestro presente. Es la Iglesia soñada por Jesús.

En la Carta de Juan se nos insiste en el don de la fe que nos posibilita reconocer a Cristo como el Hijo de Dios y al mismo tiempo sentirnos nosotros también hijos de un Dios que nos ama con locura. El amor a Dios es un sentimiento que vivimos cuando cumplimos sus mandamientos, sus voluntades, que el mismo Juan resume en su evangelio: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado". El amor es lo que nos hace ser cristianos y vaciarnos de egoísmo.

En el Evangelio de hoy, nos encontramos con una escena que se repite doblemente. No se trata de un encuentro más de los primeros cristianos con el Resucitado. Esta aparición se nos cuenta a modo de catequesis para enseñarnos principios fundamentales y teológicos.

La comunidad cristiana está reunida y dominada por el miedo provocado por las persecuciones que sufren los primeros creyentes. Las ventanas y puertas están cerradas. Es una Iglesia llena de miedo y escondida, paralizada. Sólo con Cristo podemos vencer el miedo a todo lo que nos rodea, el miedo a ser dañados, el miedo a lo que nos supera. Y el amor de Cristo es tan grande que nada le puede impedir amarnos, por lo que Él rompe todas nuestras barreras, abre nuestras ventanas y puertas, se cuela dentro de cada uno de nosotros.

Faltaba uno en ese momento, Santo Tomás. El testimonio de sus hermanos en la fe no lo convencen. Sin fe no nos fiamos, sin fe no vemos a Dios que es invisible. Tomás no cree a los suyos porque necesita pruebas por la falta amor y de confianza.

Es precioso el gesto de Jesús, que vuelve de nuevo cuando está Tomás en la comunidad. Cristo viene a dar la fe al que no la tiene y se resiste, porque Cristo no se rinde e insiste. No desprecia a Tomás sino que su misericordia hace que lo busque. Y Tomás hace una de las profesiones de fe más bellas de la Sagrada Escritura: "Señor mío y Dios mío". Qué oración tan breve y tan rica. El piropo más hermoso que podemos decir a Cristo, que Él es nuestro todo y lo mejor que existe y que tenemos. Sólo así alcanzamos una paz que es única porque el único que la puede dar es Cristo.

Feliz Día de la Resurrección del Señor.