sábado, 1 de abril de 2017

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE DIOS. Quinto Domingo de Cuaresma.




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INTRODUCCIÓN

En esta sección del blog parroquial SANJUANYPIEDAD.COM queremos meditar cada semana la Palabra de Dios que se lee y que se proclama en la celebración de la Eucaristía del Domingo, en cada ocasión diferente y con mucho que enseñarnos.

DOMINGO QUINTO DE CUARESMA

PRIMERA LECTURA
Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14
SALMO 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 8-11
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45

En los dos domingos anteriores la Iglesia nos ha acompañado en nuestro camino cuaresmal de conversión y de preparación interior para vivir el tiempo pascual, y lo hace con unos textos evangélicos a modo de catequesis bautismales como el encuentro de Jesús con la mujer samaritana o la curación del ciego de nacimiento.

En este domingo de Cuaresma terminamos este tríptico catecumenal con otro milagro que, además de presentarnos a Cristo como el Agua Viva y la Luz del Mundo, nos lo presenta como la Resurrección y la Vida.

Ezequiel recoge una profecía dada por Dios en la que aparece como el Dios de vivos y no de muertos, con poder para sacar vida donde la muerte la quitó. Esta profecía aparece como el anuncio de una gran noticia que muestra cómo el poder de Dios supera al poder de la muerte. Cómo el amor de Dios es más fuerte que la misma muerte que nos arrebata a los humanos la vida.

Pablo da un paso más y nos presenta a Cristo como el vencedor definitivo de la muerte, con su propia muerte en una cruz, que ha servido para perdón de nuestros pecados, aquellos que espiritualmente son los que nos quitan la vida.

La muerte de Cristo ha sido vencida por la resurrección, de la cual nosotros también participamos, por la gracia del Espíritu Santo que recibimos en el bautismo. El hombre y la mujer no somos solo materia sino que somos también espíritu. Por la resurrección de Cristo y por el bautismo ya no hemos sido creados para morir sino para vivir con Cristo de una vez para siempre.

En el relato del evangelio de Juan, Jesús se encuentra cerca de Jerusalén con la intención de celebrar la Pascua judía, y la suya propia, en un ambiente cargado porque existe una conspiración para eliminarlo. Por eso tardará en acompañar a la familia de su gran amigo Lázaro, que ha fallecido y que lleva más de tres días muerto y enterrado, signo judío de que está más que muerto y que ya no hay esperanza de que su muerte haya sido en apariencia.

Marta, hermana de Lázaro, nada más llegar Jesús al recinto familiar sale a su encuentro y con cierto enfado le recrimina su ausencia, porque cree que Él podía haber impedido la muerte de Lázaro cuando aún se encontraba enfermo. Marta tenía esperanza en que a su hermano Cristo le devolviera la salud, pero no la tiene en que le devuelva la vida.

El relato está cargado de una solemnidad que realza la autoridad del Señor sobre el poder de la muerte, porque Él se presenta como la Resurrección y la Vida. Y la fe en Él es la que resucita y devuelve a la vida para siempre y por encima de esta realidad mundana. 

Entristecido por la muerte de su amigo manda abrir la tumba ante la expectación de todos. La luz entra en el interior de la fosa, y se llena de la misma Luz que es Cristo, que, en oración junto al Padre, manda a Lázaro salir fuera con vida, lo rescata de la muerte, y Lázaro vuelve junto a su amigo que en esta escena aparece como el Señor de la vida y de los vivos.

Este signo de la resurrección de Lázaro es un anticipo de la propia resurrección de Cristo, que sale del sepulcro corriendo Él mismo la losa sellada de la tumba porque Él mismo, con la ayuda del Padre y la acción del Espíritu Santo, vence a la muerte para siempre.

Sólo quien es la resurrección y la vida puede resucitar y dar vida. Morimos por el pecado espiritualmente y por la muerte terrena nuestra existencia parece acabar, pero no es así para los bautizados nacidos del Agua y que han adquirido la Luz de la Fe, porque ellos están llamados a una resurrección para una vida que no se acabará y que será junto al Señor, lo más amado por cada creyente.

Cristo nos regala la vida con los sacramentos, y nos hace partícipes de su resurrección con el Bautismo. Entrar en la pila bautismal es entrar en el sepulcro para sumergirnos en el agua que nos ahoga y mata, para salir de ella nuevamente a una vida más grande, y salir de la pila bautismal resucitados y rescatados del poder de la muerte.

Una vez más los creyentes profesamos nuestra fe en el Señor de la Vida, para darle las gracias por el don de la fe que hemos recibido en el Bautismo que nos une a Cristo para siempre. Y una profesión de fe de quienes van a recibir el bautismo en Pascua.



Emilio José Fernández