sábado, 20 de septiembre de 2014

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS. Domingo 21 de septiembre de 2014.



Para leer la reflexión de la Palabra de Dios
de este Domingo, pincha abajo en "Más información".

La Liturgia de la Palabra de este Domingo comienza con el texto del profeta Isaías en el que somos invitados a la acción de buscar a Dios. La fe en el Señor nos pone en su búsqueda, una continua búsqueda porque a Dios no se le encuentra ni se le alcanza en plenitud en este mundo terreno. Dios es misterio y es inabarcable. Y la vida del cristiano es estar siempre en camino, en movimiento por la senda que nos lleva hasta Dios. No hay encuentro si dos no se buscan. Dios ya ha salido a nuestro encuentro y se ha colocado en el camino de nuestra vida, pero nosotros también tenemos que colocarnos en su camino y dejar otros caminos que a veces nos apetecen más. Y es que los criterios de Dios y sus maneras de hacer son diferentes a los nuestros, por eso Dios muchas veces rompe nuestras lógicas, por eso a veces lo buscamos donde no está o no entendemos porqué nos hace pasar por experiencias y situaciones que, de entrada, humanamente nosotros rechazamos y hasta repugnamos.

Pero Dios no defrauda, nos dice el Salmo: el que lo busca lo encuentra y el que lo invoca es escuchado por Él. Así es la oración: un encuentro y una escucha. No lo buscamos, no lo escuchamos ni le hablamos porque no siempre creemos en la fuerza de la oración, hasta hay quien la ve inservible e inútil, considerada una pérdida de tiempo. Y es que para hacer oración y tener una vida de oración se necesita fe en Dios y fe en el poder de la oración; y se necesita amor a Dios y deseo de sentirte amado por Él. Amor que también se siente de modo especial en la oración, en el encuentro personal con Él.

Cuando esto sucede, podemos decir como Pablo: "Para mí la vida es Cristo". El encuentro con Él hace que Cristo se convierta para nosotros en el centro y fundamento de nuestra vida, en el sentido de lo que somos y de lo que hacemos. Dejas tu Ego para ser más de Él y menos tuyo. Y siempre la duda humana de la elección, sentirnos tentados por otras opciones, poner el corazón en otros lugares y personas que tiran con más fuerza de nosotros y que nos frenan en la búsqueda de Dios.

El Evangelio de hoy es un punzón para los soberbios, aprovechados y perezosos. Existe esa llamada general de Dios a todos los hombres para trabajar en su viña, en su Reino. Todos tenemos sitio en la viña, y tarea hay para quien quiera porque en el Reino de Dios no existe el paro. A la hora de pagar Dios lo hace como quiere, pero lo hace movido por su misericordia, igual que cuando dice que Él hace salir el Sol sobre buenos y malos. 

Qué calculadores somos los humanos y que protestones somos siempre, porque para nosotros la justicia consiste en compararme con los demás y que yo no pierda beneficios. Esa medida de justicia hace que yo no me alegre cuando se benefician los demás. La justicia para Dios es que cada uno ha de hacer lo que se le pide, aunque a unos se les pide más y a otros menos. Nuestra justicia es tan cerrada que para yo hacer una cosa exijo que el otro la haga, y si el otro no la hace me excuso en eso para yo no hacerla tampoco. Cada siervo sabe lo que ha de hacer cuando tiene sentido de "servicialidad", pero cuando hace las cosas por obligación o para que se las agradezcan, entonces, cuando hace las cosas tiene un ojo puesto en cómo las hacen los demás para juzgarlos. Nos gusta ser los dueños de la viña más que ser los viñadores. Nos gusta más hacer el papel de Dios que el papel de lo que somos: inútiles siervos suyos.

¿Busco a Dios todos los días y hago oración personal? ¿Es Cristo el centro de mi vida y hago las cosas para Él y como a Él le gusta? ¿Tengo misericordia y comprensión con los demás, o juzgo a quien no hace las cosas como yo quiero o es diferente a mí?