sábado, 21 de marzo de 2015

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS.

DOMINGO V

DE CUARESMA.

Domingo 22 de marzo de 2015.

"Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;
pero si muere, da mucho fruto
".
(Juan 12, 20-33).

Para leer la reflexión de la Palabra de Dios
de este Domingo, pincha abajo en "Más información".


Queridos hermanos y hermanas, ya comenzamos la última etapa del camino cuaresmal cuando estamos a una semana de la Semana Santa.

El domingo pasado la Primera Lectura de la liturgia era del Libro de las Crónicas y se nos narraba el sufrimiento que el pueblo de Dios experimenta cuando ha sido deportado a Babilonia teniendo que dejar a la fuerza su propia tierra, dejando de ser una nación libre para convertirse en un pueblo sometido a un imperio. Una vez más el pueblo israelita se siente humillado y separado de su Dios a quien le daba culto en el Templo de Jerusalén, lugar donde más cerca sentían la presencia de Dios. 

El pueblo que es profundamente creyente, lee los acontecimientos de la vida y de la historia en clave de fe, por lo que una desgracia de tamaña magnitud la entendían como un abandono de Dios hacia ellos por haberlo ofendido con sus muchos pecados.

En este contexto aparece el profeta Jeremías, de quien hoy es el texto de la Primera Lectura de la liturgia, y anuncia en nombre de Dios un tiempo nuevo que surge de una reconciliación, y, aunque la situación se repite, Dios promete una nueva alianza y más fuerte que la ya realizada con su pueblo a la salida y liberación de Egipto. Dios quiere rescatar nuevamente a su pueblo, devolverlo a su tierra y recuperar la relación de amistad; olvidar la infidelidad de los israelitas, que no le han obedecido ni lo han tenido como él único Dios. El Señor se muestra una vez más misericordioso, amante de su pueblo y al que le perdona los pecados y faltas que han cometido contra Él. Esta impresionante profecía anuncia una nueva alianza que se sellará en un futuro, una alianza de amor y definitiva.

En el Evangelio, Jesús es consciente de que el ambiente está cada vez más cargado y con más deseos de eliminarlo, presiente un final fatídico. Un grupo de no judíos lo buscan interesados por sus enseñanzas. Jesús los recibe pero aprovecha la ocasión para dar uno de esos mensajes a modo de profecía y que se convierten en un indicativo para sus seguidores.

Jesús habla de las dos realidades primarias y esenciales para todo ser humano: la vida y la muerte, que siempre están en constante tensión. El ser humano está programado para vivir y contempla la muerte como una tragedia, el final de su existencia. El "yo" más profundo del hombre desea la vida para siempre y para sí, intentando evitar la muerte sea como sea. Jesús le da la vuelta a esta máxima. Lo hace porque tiene otra manera de entender la muerte, y más cuando es una muerte por entrega y servicio a los demás. La muerte como una manera de amar a los que Él ama y buscando el bien de ellos. Entregar la vida por Dios y por los demás no es un error o un desprecio a la vida o una falta de autoestima, sino que es la expresión más alta del altruismo, de la caridad. Jesús no se suicida ni pide el suicidio para sus seguidores, sino que nos enseña que si la muerte nos llega como consecuencia de nuestro amor a Dios y a los hermanos, esa muerte no es estéril. Y esa muerte se convierte en una nueva vida, la resurrección así lo permite, una nueva vida para siempre. No podemos guardarnos la vida para nosotros. La vida cuando se entrega por el Reino de Dios da mucho fruto. Toda vida que vive para Dios se convierte en una vida rentable. Como ejemplo tenemos la vida de tantos santos y santas conocidos y anónimos. Y ejemplo diario el de Cristo que muere en el grano de trigo para hacerse pan eucarístico, hacerse presente para alimentar y dar vida a los suyos.

Pero la muerte para Cristo no es sólo una cuestión biológica, física, corporal, sino que lo es también espiritual. Hemos de morir aquí a todo aquello que no es el Evangelio, que no nos permite ser verdaderos hijos de Dios, a aquello que nos pudre por dentro, para resucitar a un hombre nuevo, en santidad. En eso consiste la Cuaresma, en morir espiritualmente para renacer, en la Pascua, a una persona nueva y más llena de Dios.

Feliz Día del Señor y a disfrutar de la familia y de la amistad.