domingo, 7 de junio de 2015

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS.

Domingo 7 de junio de 2015.



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Queridos hermanos y hermanas:

Como decíamos el domingo pasado, ya hemos comenzado el Tiempo Ordinario una vez que ha finalizado el tiempo litúrgico de la Pascua. Y en el primer domingo de esta segunda parte del Tiempo Ordinario -la primera parte comenzó después de la Navidad y terminó con el inicio de la Cuaresma- nos encontrábamos con la Solemnidad de la Santísima Trinidad, es decir, misterio de fe que es central en el cristianismo.

Y en este domingo celebramos otro de los grandes misterios de la fe católica y que es esencia del cristianismo para nosotros: la presencia real de Cristo en las especies del Pan y el Vino, que se convierten, sin dejar de ser lo que son, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, alimento de los hijos hambrientos de Dios.

El Corpus et Sanguinis Christi es una solemnidad que está en conexión con el sacramento de la Eucaristía desde su institución por Cristo y que los evangelios enmarcan en el contexto de despedida de la Última Cena, en la tarde-noche del Jueves Santo, por lo que tradicionalmente se ha venido celebrando esta festividad en el día jueves.

El sacramento de la Eucaristía, que en el inicio de la Iglesia primitiva, en sus primeros siglos, sólo se celebraba para festejar la Resurrección del Señor acaecida en el domingo, más tarde este sacramento se celebra de forma diaria como encuentro comunitario y personal con Cristo. Todo el Pan consagrado se consumía en la celebración, pero, posteriormente, se empezó a guardar un poco para llevarlo a los enfermos e impedidos, y este Pan Bendito, el Cuerpo de Cristo, pasó a reservarse en un lugar especial: el Sagrario. De esta forma el Cuerpo de Cristo no sólo tuvo la función de alimento espiritual sino de presencia divina para ser adorada.

Los grandes Santos de la Iglesia han tenido una fuerte vivencia de este sacramento y lo han considerado esencial para vivir la fe y tener una presencia más santa en este mundo terreno. Todos ellos, como la Iglesia católica en general, han tenido un amor especial a la Eucaristía.

Dios nos ha creado y nos ha dado la existencia, pero no nos ha echado a un mundo creado por Él y se ha desentendido de nosotros. Él es Padre y por lo tanto no es sólo dador de vida sino que cuida de cada uno de sus hijos e hijas, porque nos ama. Sin alimento una persona, y cualquier ser vivo, muere. Sin el alimento de Dios un creyente muere de manera espiritual, y cuando no muere su vida es anémica. 

Sólo desde el corazón lleno de Dios podemos sentir su presencia viva en el Pan y el Vino que han sido consagrados por el Espíritu Santo por la mediación de la Iglesia en sus sacerdotes que imponen sobre este Pan y Vino sus manos y pronuncian las mismas palabras que Cristo mandó para que este milagro oculto, y evidente para quienes tienen fe, se realice todos los días para la salvación de muchos.

En el contexto de la Pascua judía Cristo celebra su propia Pascua, y en la Eucaristía sucede por adelantado lo que horas más tarde será un suceso que cambie la historia de esta humanidad: la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

A partir de ahí la Eucaristía encierra en sí dos dimensiones, la de sacrificio y la de banquete. La Eucaristía no es una teatralización ni una reliquia de nadie ni de algo sucedido en el tiempo pasado. La Eucaristía es una actualización en cada día y en esta humanidad presente de algo que sucedió hace siglos y que vuelve a suceder en el aquí y en el ahora. Cristo se rompe y se parte en un pan, se derrama en un vino, que son la Muerte de quien se vacía para que otros se llenen, de quien desaparece para que otros vivan, de quien muere por amor para que no muramos nosotros: expresión máxima del amor verdadero, del amor no egoísta sino de servicio a los demás. Cristo nos alimenta siendo Él el alimento. Totalmente nuevo y rompedor, algo inexistente antes y que nos ha regalado para que no nos quedemos sin Él.

La Eucaristía es el Banquete del Esposo (Jesucristo) con su Esposa (la Iglesia), es la alegría de la Resurrección de quien no está en la tumba sino de quien está vivo en otra dimensión más allá de lo material. La alegría de los hermanos y hermanass que se reunen en una única Mesa, la Mesa de la vida en común, de quienes caminan en fraternidad. Compartimos una fe y un futuro. Compartirmos un mismo amor y amamos a un único Dios, que es amor. Es la Mesa de los débiles y de los pecadores arrepentidos, de los que con humildad sienten la necesidad de Dios, de quienes tienen un gran deseo de Dios en sus corazones, un hambre de Dios que nadie ni nada puede saciar. Es el anticipo de lo que seremos y de cómo lo viviremos tras nuestra resurrección. El Reino de Dios se parace a un Banquete..., así nos lo describe el Maestro. Así será el Cielo. La Eucaristía no es una devoción personal sino un acto de la comunidad, porque la fe en cristiano no se vive de manera aislada y sólo personal. La Eucaristía nos hace, por tanto, más hermanos y más humanos. Por eso la Eucaristía sabe a fraternidad, a caridad, a entrega, a solidaridad, a compromiso.

Hoy tenemos esta preciosa oración escrita por un gran santo, teólogo y místico, Santo Tomás de Aquino, fraile dominico. Con este bello poema oramos y damos las gracias a Dios por la Eucaristía, por haberse quedado en su Cuerpo y en su Sangre, en un pedazo de pan y en un poco de vino.


            Que la lengua humana
            cante este misterio:
            la preciosa sangre
            y el precioso cuerpo.
            Quien nació de Virgen
            Rey del universo,
            por salvar al mundo
            dio su sangre en precio.


            Se entregó a nosotros,
            se nos dio naciendo
            de una casta Virgen;
            y, acabado el tiempo,
            tras haber sembrado,
            la Palabra, al pueblo,
            coronó su obra
            con prodigio excelso.


            Fue en la última cena
            -ágape fraterno-
            tras comer la pascua
            según mandamiento,
            con sus propias manos
            repartió su cuerpo,
            lo entregó a los doce
            para su alimento.


            La Palabra es carne
            y hace carne y cuerpo
            con palabra suya
            lo que fue pan nuestro.

            Hace sangre el vino
            y aunque no entendamos,
            basta fe si existe
            corazón sincero.


           Adorad postrados
            esta Sacramento.
            Cesa el viejo rito.
            Se establece el nuevo.
            Dudan los sentidos
            y el entendimiento
            que la fe lo supla
            con asentimiento.


            Himnos de alabanza,
            bendición y obsequio;
            por igual la gloria
            y el poder y el reino
            al eterno Padre
            con el Hijo eterno
            y el divino Espíritu
            que procede de ellos.


  Santo Tomás de Aquino