martes, 2 de junio de 2015

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS.

Domingo 31 de mayo de 2015.




Para leer la reflexión de la Palabra de Dios
de este Domingo, pincha abajo en "Más información".


Ya hemos comenzado el Tiempo Ordinario una vez que ha finalizado el tiempo litúrgico de la Pascua. Y en el primer domingo de esta segunda parte del Tiempo Ordinario -la primera parte comenzó después de la Navidad y terminó con el inicio de la Cuaresma- nos encontramos con la Solemnidad de la Santísima Trinidad, es decir, celebramos el principal de los misterios de la fe cristiana: Dios, en la unidad de sus tres personas pero siendo una única divinidad.

Este misterio de fe que es central en el cristianismo y que es novedoso en el ámbito de las religiones, fue al comienzo del cristianismo uno de los grandes debates que llevaron a la Iglesia a la celebración de concilios para aclarar, ante todo, la persona de Cristo en sus dos naturalezas: la divina y la humana. Este debate llevó a conclusiones en ocasiones enfrentadas y provocó herejías que llevaron a la excomunión a quienes no compartieron las verdades que la Iglesia defendía.

Hoy alabamos a Dios que para los cristianos es Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Dios que existe desde siempre y en la eternidad, el Dios de quien procede todo porque Él lo ha creado todo, y el Dios que es el Amor que envuelve todas las cosas y todos los actos de bien. 

Dios es el creador del Hombre y es el salvador de la humanidad. Una relación de amor entre Dios y su pueblo se ha sellado para siempre con la muerte de Cristo y con su resurrección. Una nueva etapa en la que Dios se ha revelado y nos ha hecho sus hijos mediante el sacramento del Bautismo.

En la Primera Lectura Moisés hace una reflexión a los hombres de su tiempo y a los posteriores. Esta reflexión viene a invitar al creyente a que mire a Dios y no se mire tanto así mismo: y que vea en Dios al Ser más admirable por hacer las maravillas que nadie puede hace, y por el amor que tiene a cada hombre porque Dios, aparte de ser el más grande, es el que tiene el corazón más inmenso. Nadie hay tan grande como Él, afirmación que sólo puede hacer quien además de fe admira a su Dios y se siente enamorado de Él, porque a Dios también lo podemos amar. La fe en Dios nos ha de llevar al amor a Dios. Siempre esperamos su amor y no siempre le damos el nuestro ni el reconocimiento que se merece.

En la Segunda Lectura San Pablo da un paso más adelante recogiendo las enseñanzas de Jesucristo: Dios es nuestro Padre. Y nosotros sus hijos creados a su imagen y semejanza y amados con la intensidad con la que un padre puede amar. Y Todo ello lo podemos llegar a sentir gracias al Espíritu Santo que se nos ha dado y que habita en cada uno de los bautizados.

En el Evangelio el Hijo de Dios da una misión a sus seguidores, es decir, a la Iglesia de todos los tiempos: la de propagar, anunciar y hacer llegar a todos los pueblos de la tierra la existencia de Dios como Padre e Hijo y Espíritu Santo. Dar a conocer a Dios para que todos seamos de Dios. Esa es la misión de cada uno de nosotros que hemos sido bautizados. No es fácil esta tarea pero todos tenemos que realizarla en nuestra familia, con las amistades, en el trabajo... La Iglesia ha de crecer no para que aumente estadísticamente sino por el deseo que hemos de tener de que todos se salven, pues lo que he conocido que es bueno para mí quiero que lo tengan los demás. A ese envío Cristo añade una promesa: no nos dejará solos. La misión es imposible de alcanzar sin Él. Y a Él lo necesitamos siempre, cada día. El amor que nos tiene hace que no nos olvide ni abandone; el amor que le tenemos hace que tengamos la necesidad de sentirlo a nuestro lado.

Feliz Domingo de la Santísima Trinidad en el que tenemos presentes a nuestros hermanos y hermanas que han dedicado su vida para servir a Dios en el silencio de la oración y en una vida retirada del mundo. Oremos por ellos como ellos lo hacen por nosotros.