martes, 29 de septiembre de 2015

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS.

Domingo 27 de septiembre de 2015.



Para leer la reflexión de la Palabra de Dios
de este Domingo, pincha abajo en "Más información".


Queridos hermanos y hermanas:

En este Domingo, el número XXVI del Tiempo Ordinario, el tema central de la Palabra de Dios es la fuerza del Espíritu Santo que actúa en cada uno de los bautizados, que nos lleva a hacer obras buenas y nos ayuda en la conversión para rechazar el mal.

En la Primera Lectura, el libro de los Números,  nos describe la escena en la que el Espíritu de Dios no sólo lo recibe Moisés, sino que este mismo Espíritu que ha capacitado con el don de la profecía a Moisés, actúa en otras personas que lo acompañan y en otras dos que no estaban en ese momento junto a Moisés.

Ante este hecho, Josué, ayudante de Moisés, reacciona descontento porque no acepta que quienes no acompañaban a Moisés recibieran ese don. La reacción de Moisés ante este hecho y ante la protesta de su ayudante es la enseñanza de un hombre de Dios, que no se apropia de los dones que ha recibido del Señor ni siente envidia porque otros también sean bendecidos con los mismos dones con los que Él lo ha sido. Es más, se alegra de que lo que es de Dios llegue a todos, pues no entiende la fe ni el don de la profecía como algo para un grupo exclusivo y excluyente.

Todos los bautizados recibimos el don de la profecía y la misión de ser profetas en nuestro mundo y en nuestro tiempo. Ser profeta no es conocer los acontecimientos futuros, sino escuchar la Palabra de Dios, entenderla, vivirla y anunciarla. Cristo es el Profeta por antonomasia y todos los bautizados participamos junto a Él de su ser Profeta, como de su ser Sacerdote y Rey. Algo no exclusivo para unos pocos sino para todo el que forma parte de la Iglesia por el sacramento del Bautismo.

En el Salmo se advierte de lo beneficioso que es para el hombre cumplir la voluntad de Dios, pues Dios busca el bien nuestro.

En la Segunda Lectura, Santiago continúa amonestando a los miembros de sus comunidades por vivir en la corrupción y faltar a la caridad. El apego a las cosas materiales y a adquirir riquezas es un impedimento para amar y para estar en gracia de Dios porque la vanidad nos impide ser solidarios y fraternos.

En el Evangelio, Juan acude a Jesús escandalizado porque alguien que no es del grupo actúa en nombre de Cristo realizando exorcismos. Jesús entiende que quien hace el bien en su nombre no puede estar en contra de Él.

Cristo añade otra advertencia: quien haga el bien a uno de sus seguidores se lo está haciendo a Él mismo. Y es que cuando amas a los tuyos, te alegras cuando los quieren; cuando los tratan mal, sufres porque les hacen daño. Nada de lo que hagamos a Dios en su nombre o para bien de los demás quedará sin ser agradecido ni tenido en cuenta. Dios compensa, es decir, Dios no ignora lo que hacemos, sea bueno o sea malo. Por eso sigue añadiendo Jesús: el mal que hagamos también será tenido en cuenta. Si por el bien somos premiados por el mal seremos castigados. Es decir, a Dios no le da igual que hagamos el bien como que hagamos el mal. Dios es Bueno y quiere que nosotros también lo seamos. Quien hace el mal no es de Dios, y nadie puede hacer el mal en su nombre. Dios se ha distanciado de mal.

Por eso Cristo nos enseña que no estamos obligados a hacer el bien o el mal, sino que es una opción desde nuestra libertad. Todos somos libres para hacer el bien como para hacer el mal. Pero las consecuencias de actuar de una manera o de otra no son las mismas. El bien se debe hacer y el mal se debe evitar. Y nuestra vida a de cambiar del mal al bien mediante la conversión, que Cristo en esta ocasión la define mediante el ejemplo de apuntarse el miembro del cuerpo, operación que frena que todo el cuerpo enferme. Esta metáfora habla de que para estar sanos se requiere también sufrir, y para ser santos también, pues desprendernos de actitudes, etc. supone un sufrimiento en la persona. Por eso, cada uno ha de quitar de sí los sentimientos y actitudes que le lleven al mal, para que el mal no se apropie de nuestro corazón, pensamientos, palabras, actos...

No podemos descuidarnos ni conformarnos con nuestros defectos que pueden suponer un daño en nosotros y en los demás. Busquemos al Médico, que es Cristo, para que Él nos sane y así podamos compartir todo lo bueno que de Él recibimos, haciendo siempre bien a los hermanos.

Feliz Día del Señor y que nuestro paso por el "quirófano" sirva para ser más santos y mejores discípulos del Señor, haciendo el bien y desechando el mal en nosotros.