sábado, 19 de agosto de 2017

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE DIOS: Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario.



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INTRODUCCIÓN

En esta sección del blog parroquial SANJUANYPIEDAD.COM queremos meditar cada semana la Palabra de Dios que se lee y que se proclama en la celebración de la Eucaristía del Domingo, en cada ocasión diferente y con mucho que enseñarnos.

DOMINGO VIGÉSIMO 
DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 56, 1. 6-7
SALMO RESPONSORIAL 66, 2-3. 5. 6 y 8
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 11, 13-15. 29-32
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 15, 21-28

Las lecturas de la Sagrada Escritura que hoy meditaremos en la liturgia dominical son un reflejo del largo debate que hubo, tanto en el judaísmo como en el cristianismo de los primeros años, sobre la universalidad de la fe o la imposibilidad de que los no judíos pudieran pertenecer a la religión del pueblo de Israel ni a la religión cristiana que surge a través de un grupo de judíos que siguen a otro judío llamado Jesús de Nazaret. En el fondo del debate tenemos dos preguntas. ¿La fe es cuestión de raza y de sangre o es cuestión natural a todo hombre? Dicho de otra manera: si la fe nos salva, ¿sólo se salvarán las personas creyentes de origen judío?

La profecía de Isaías nos presenta a un Dios universal, de todos los pueblos, no sólo exclusivo de Israel. Para pertenecer a la religión judía, cumplir la Ley divina y participar del culto a Yahvé sólo se necesita la fe. Un extranjero que no  desciende de familia judía puede vivir la religión judía y esperar en la salvación.

El Salmo incide en que Dios ha de ser conocido y amado en toda la tierra y por todos los pueblos, porque es el Creador y el Señor de todo cuanto existe.

San Pablo continúa en esta línea cuando además él se considera apóstol de los gentiles. Él ha desarrollado su evangelización fuera de las fronteras de Israel, y ha ido creando comunidades cristianas en lugares cuya mayoría de población es pagana y de cultura grecoromana. Esto supuso un conflicto con el resto de las comunidades cristianas que eran de origen judío y que no comprendían que pudieran ser bautizados los paganos.

Mateo, de naturaleza judía, que ha fundado comunidades cristianas formadas por creyentes procedentes de la religión judía, se encuentra de lleno con este problema y con este debate en sus comunidades, que intenta resolver apoyado en los textos que recoge en su Evangelio y que son intervenciones que hace Jesús durante su vida terrena con las que se posiciona a favor de una fe y salvación universal.

Para lo cual Mateo recoge un texto que se trata de uno de los milagro que realiza Jesús a una madre que se lo solicita pero que no es judía. Mateo quiere subrayar cómo la misericordia de Dios, que viene anunciada y donada por Jesucristo, tiene como destinatarios a todos los hombres y mujeres de la tierra sin distinción de razas o lugar.

También este pasaje viene a poner de manifiesto cómo la oración de súplica hemos de hacerla desde un corazón lleno de fe y lleno de humildad. No nos merecemos nada pero todo lo esperamos de Dios, es lo que nos enseña Jesús y esta buena mujer cananea.

Jesús pasa por dos regiones paganas, una mujer de una de de las ciudades se dirige en busca de Jesús y pide su compasión, pues su hija está poseída por un demonio. La fe de la madre pide la curación espiritual de su hija. Y es que una madre lo intenta todo y lo arriesga todo cuando se trata de alcanzar el bien para sus hijos. Nos da la sensación de que el silencio de Jesús es una forma de darle plantón a esta mujer, y hasta nos parece un gesto descortés por parte del Señor hacia una mujer que lo está pasando mal. 

Intervienen los discípulos que son los que ruegan también e insisten a Jesús que se tome interés por una madre que viene gritando, manifestación del estado de desesperación tan grande que ya siente. Ya no sabe a quién acudir y, aunque no es judía, confía en que Jesús le puede ayudar, por lo que con fe ha acudido en su busca.

No deja de sorprendernos la respuesta de Jesús que asegura que Él sólo ha sido enviado para recuperar a las ovejas de Israel. Entonces, ¿qué pasa con los demás? ¿Los que no somos de origen judío no le importamos a Dios? Choca esta actitud del Nazareno con otros pasajes evangélicos en los que Jesús acoge a todos los hombres, y sus palabras sostienen una evangelización y una salvación universal.

A pesar de sentirse ignorada por el Señor, la mujer cananea insiste, ruega y hasta podríamos decir que se hace pesada. No está dispuesta a irse con la manos vacías. Pero no presiona a Jesús ni le ordena lo que ha de hacer, sino que ruega con profunda humildad hasta llegar a arrodillarse, es decir, ya no puede rebajarse más ante Él.

La forma en la que al final se ha dirigido a Jesús, con palabras y con gestos, no han conmovido al Maestro. Jesús se resiste a tenerla en cuenta. Y se argumenta insistiendo que ella no puede pedir un derecho que Dios sólo da a los judíos, considerados los únicos hijos de Dios y elegidos. Esta aparente dureza de Jesús que nos desconcierta a los lectores, se rompe con la tremenda frase con la que este diálogo se va terminando: ella se conforma con poco (las migajas y sobras de los demás) y no pretende ser más que nadie. Esta mujer y madre, que se supone que no conoce a Dios por ser pagana, que no entiende de teologías y que sólo entiende de su dolor, ha desmontado el argumento de Jesús, dando la sensación de que Jesús se ha derrumbado ante tanta humildad y pequeñez.

Lo que parecía una actitud de desprecio del Hijo de Dios hacia esta mujer se convierte en una alabanza de Jesús hacia ella al ponerla de modelo de creyente. Jesús se queda sorprendido por la fe de una mujer marginada, que ha perseverado y se ha mantenido en esa fe a pesar del silencio y rechazo aparente de Dios. Pero su constancia en la fe y en su oración ha salvado a su hija. Bonita lección para nuestra soberbia y orgullo, o para quienes tenemos una fe impaciente. 

Emilio José Fernández