sábado, 5 de abril de 2014

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS. Domingo 6 de abril de 2014.


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En este Domingo Quinto de Cuaresma comenzamos la "Semana de Pasión", anterior a la Semana Santa. la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas de los domingos anteriores han sido unas verdaderas catequesis de lo que será la Fiesta de la Pascua cuando Cristo resucite, presentándonos al Resucitado como el Agua Viva, en el Evangelio de la Samarita, y como la Luz del mundo, en el Evangelio del Ciego de nacimiento. Hoy, en el Evangelio, Jesús será mostrado y reconocido por la Iglesia como el Señor de la Vida. Así es Jesús para los bautizados: el Agua, la Luz y la Vida.

Por eso comienza la Liturgia de la Palabra del día de hoy con un texto del profeta Ezequiel, donde se augura un tiempo mejor para el pueblo de Dios, que una vez más, se ha quedado sin tierra propia al estar exiliado en Babilonia, como ya le pasara cuando era esclavo en Egipto. Estar fuera de la patria es perder la identidad de pueblo, estar anulados, dejar de existir y no poder vivir la fe en un Dios que no se olvida de ellos aunque ellos sí lo hagan de Él.

Cuatro veces se repite en esta profecía la palabra sepulcro, con la intención de subrayar bien la muerte que experimenta quien está lejos de la presencia de Dios, pues para el judío la presencia de Dios estaba en el Templo de Jerusalén, ahora desvalijado y abandonado de su culto. El creyente siente haber caído en la desgracia y siente que Dios se ha olvidado y le ha dado la espalda. Vivir así, sin Dios, ya no es vivir en Jerusalén y cerca del Templo, sino vivir en el cementerio, el lugar de los muertos, de los que ya no existen. Es vivir sumergido en una tristeza que deja sin sentido la vida presente.

Dios entonces aparece por la voz del profeta anunciando su actuación porque sólo Él puede liberar a su pueblo de tal situación de muerte y de vacío. Sólo Él puede resucitarnos, devolvernos la vida que el pecado, que nos aparta de Dios, nos roba. Dios ama la vida, por eso la creó. Dios ama a los hombres, por eso nos creó. Y cuando los hombres no lo amamos, su misericordia nos perdona para que tengamos de nuevo la vida perdida. Sin el espíritu de Dios, no somos nada. Sin Dios estamos muertos. Sin fe estamos encerrados en la tumba de la tristeza. Dios es el único que devolverá el orden a nuestra vida desordenada, el que nos pone de nuevo en nuestro sitio, ante Él, en la tierra que nos promete, que es el Reino de Dios.

En el Evangelio se nos dice que Jesús conoce una familia de buenos amigos, que eran tres hermanos: Lázaro, Marta y María. Ellos vivían en Betania, una aldea residencial de familias acomodadas a pocos kilómetros de la ciudad de Jerusalén. Jesús recibe un recado de las hermanas de Lázaro haciéndole saber que éste está muy enfermo enfermo y lo necesitan. Saben que Jesús ha curado a muchas personas y por lo tanto no sólo son sus amigos sino que tienen fe en Él. 

Jesús les decepciona y hasta les ha ofendido por ignorar la salud del amigo que finalmente muere. Cuando más lo necesitaban Él se ha retrasado. Llega ya cuando no se espera nada de Él, cuando ya no es necesario que aparezca. Llega cuando ya no hay nada que hacer y eso enfada a las hermanas, especialmente a Marta, que se lo reprocha. Cuántas veces reprochamos al Señor su pasividad cuando no responde a nuestras peticiones y expectativas ante la muerte, la enfermedad, el hambre, guerras, nuestros problemas particulares... Cuántas veces queremos ordenar a Dios lo que ha de hacer, cuándo y cómo ha de hacerlo... Cuántas veces nuestra fe flaquea porque Dios parece que, a pesar de tanto rezarle, de tanto cumplir con nuestras obligaciones cristianas, parece mostrar desinterés por nuestras causas, de la humanidad y las nuestras propias. A veces yo, nosotros, también soy y somos un poco Marta. Si Cristo nos hace estas faenas, ¿para qué lo queremos de amigo? A veces queremos instrumentalizar a Cristo a nuestro interés y capricho.

Lázaro no sólo ha muerto, lleva tiempo enterrado, se está descomponiendo su cuerpo. Si Jesús no lo ha sanado en vida, menos aún podrá devolverle la vida en las condiciones que se encuentra. Ya no le piden nada porque ya no hay solución, y la resurrección les parece en esos momentos imposible. Sin embargo, Cristo se acerca a la tumba de su amigo para llorarle, le ha dolido su muerte, y llorarle es lo único que se puede hacer: quedarse en la tristeza de la muerte. Lágrimas que nos muestran el lado humano de Jesús, pues es hombre como nosotros. Pero ahora también mostrará su lado divino, pues es Dios, es el Hijo de Dios. Y devolver la vida es algo, como el perdonar los pecado, que sólo Dios tiene la autoridad para hacerlo.

Pues con autoridad, la que tiene sobre el mal y la muerte, Cristo llama solemnemente a su amigo que habita en la tumba. Y éste sale al encuentro de su Señor que lo ha llamado de nuevo a la vida. El amor de Dios, de Jesús, ha vencido la muerte. Jesús actúa como Dios y la Iglesia lo proclama como Hijo de Dios, Señor de la Vida. Se restaura la amistad porque la Resurrección de Cristo restaurará la alianza entre Dios y los hombres. Porque la misericordia de Dios restaura la alianza que rompió el pecado, la misericordia divina nos resucita. 

Lo experimentaremos en el futuro tras la muerte que hemos de padecer como seres humanos. Pero ya experimentamos esa resurrección, ese volver a la vida, esa restauración de la alianza entre Dios y nosotros, mediante el sacramento del Bautismo; y la restablecemos cuando nos acercamos al sacramento de la Penitencia, donde nuestro pecado y nuestra vida pasada se queda en la tumba por la misericordia de un Dios que nos devuelve, por su gracia, el don de la vida y la libertad que supone estar en su presencia.