domingo, 14 de diciembre de 2014

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS.

DOMINGO III DE ADVIENTO,

"GAUDETE". 

Domingo 14 de diciembre de 2014.


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Nos encontramos en el Tercer Domingo de Adviento, también llamado "Gaudete" (de la alegría), por lo que los ornamentos son de color rosa para no hacer tanto énfasis en el carácter penitencial de este tiempo litúrgico, como lo hace el color morado.

La alegría empapa la tierra ante la cada vez más inminente llegada del Mesías, y toda la tierra se alegra ante tan gran noticia. No se trata de una tragedia, un desastre, sino de un anuncio de esperanza que llena de gozo a quien lo escucha, pues Cristo viene y trae consigo la implantación de un orden nuevo donde los últimos serán los primeros, como nos dice el profeta Isaías en la Primera Lectura. Se trata de destacar la alegría frente a la tristeza. Un acontecimiento y una persona va a cambiar la historia y el mundo: Jesucristo. Noticia que hoy sigue siendo actual pero que se encuentra marginada y hasta apartada de los medios de comunicación donde los protagonistas de éstos son los famosos de nuestro tiempo, poderosos, la economía, las guerras y catástrofes naturales... Noticias que las hacemos nosotros, los humanos, pero que no cambian ni mejoran el mundo.

Cristo es la Buena Noticia, y de alegría para quienes necesitan a Dios y lo buscan porque sienten el desencanto de promesas dudosas por parte de nuestros líderes sociales, de un mundo cada vez más dividido y desigual, y de un materialismo feroz que no nos hace ser felices aunque la vida parece más cómoda.

Como reza el Salmo, Dios es el que hace maravillas y grandezas, se preocupa de los pobres y le duele que los poderosos se desentiendan de los débiles. Dios no está de acuerdo con este mundo que hemos construido nosotros, propone un cambio que viene capitaneado por Jesucristo y que requiere nuestra conversión para colaborar con Él en esta tarea de reforma en el mundo, en la Iglesia, en nuestro entorno.

La Alegría, tan de moda hoy gracias a un Papa que no se cansa de invitarnos a ella. La alegría, como nos dice Pablo, ha de ser un distintivo cristiano. La Alegría del corazón, la que no se consigue en una noche de fiesta o acudiendo al circo a ver una actuación de payasos, sino la alegría de sentirte tan amado como sólo Dios puede hacerlo. La alegría que no la rompen las malas noticias o las malas experiencias. La alegría que no se altera ni de noche ni de día, ni en la luz ni en la oscuridad, la alegría de la fe que nos hace permanecer siempre en el gozo de amar a Dios y de sentirnos amados por Él, porque el amor de Dios se convierte en fiesta para el corazón de un cristiano, amor que lo cura de sus heridas, amor que le hace crecer como persona.

La alegría unida a la humildad de Juan el Bautista, humildad para ponernos debajo de Dios y no sentirnos más que Él. Humildad para no buscar el éxito en nuestro testimonio de cristianos porque a veces sentiremos que somos "voz en el desierto", es decir, tener la sensación de que no seremos escuchados por nadie. La humildad de reconocer que Cristo es nuestro Señor. La humildad que nos hace empequeñecer pero que al mismo tiempo nos hace grandes porque el humilde ensancha su corazón.

Hermanos, seamos alegría para un mundo lleno de tristezas y de personas rotas por la vida. Tengamos la humildad de amar a Cristo pero reconociendo que Él es nuestro Señor, el que de verdad nos quiere.