martes, 20 de mayo de 2014

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS. Domingo 18 de mayo de 2014.


Para leer la reflexión a la Palabra de Dios 
de este Domingo pincha, abajo en "Más información".

Hechos de los Apóstoles es un libro escrito también por San Lucas, que nos narra el nacimiento y los primeros pasos de la Iglesia que comienza a crecer y extenderse con la experiencia de los encuentros con el Resucitado.

Hoy en Hechos se relata cómo el aumento de los bautizados da pie a nuevos problemas y enfrentamientos entre los hermanos, porque la pluralidad entre ellos es cada vez mayor en la medida en la que el cristianismos se va propagando por otros lugares y culturas más allá de Israel y el judaísmo. Mantener la unidad, aún hoy, es difícil cuando no nos centramos en lo principal que debe unirnos y que debe de dar fundamento a nuestra vida: la fe y el amor a Cristo, el Señor de todos.

Otra cuestión que denuncia Hechos en el pasaje de hoy es que podemos dedicarnos demasiado a la administración de la comunidad que descuidemos el anuncio de la Palabra de Dios. Y ese peligro lo tenemos al acecho también en nuestros días. Mucho activismo y poca oración. Mucho preparar cosas y poco vivirlas después. Mucho quedarnos en lo estético y bello de la Liturgia, procesiones... y poca vida interior y de oración. Y es que, como dice San Pedro en su Carta, si Cristo no es la Piedra Angular, la que sostiene todo el edificio de la Iglesia, de la comunidad cristiana particular, de mi vida cristiana... al final se derrumba porque lo superficial es caduco y rutinario.

Cristo, en el Evangelio de hoy, se dirige a los Discípulos, los de entonces y los de ahora, que somos nosotros, con unas palabras de cercanía e intimidad donde nos abre su corazón para contarnos abiertamente lo que siente. Comienza pidiéndonos la calma, la paz, la mansedumbre... frente al miedo y a los odios. La receta para alcanzar todo eso es tener a Dios en nuestro corazón, es decir, creer en Dios y en Él. Ya no podemos decir que creemos en "algo" porque nuestra fe tiene nombre. Los cristianos no sólo creemos en Dios sino también en su Hijo, la clave que nos diferencia de otras creencias y religiones. Yo soy cristiano porque para mí Cristo es Dios y es el Señor de la misma manera que lo es el Padre.

Cristo usa palabras que dan a su mensaje un tono de despedida. Ha Resucitado y ya no está con nosotros como antes de su muerte, pero a donde va también, así nos lo promete solemnemente, nos espera para que terminemos unidos a Él en la eternidad cuando dejemos este mundo. Más que el hecho en sí de nuestra prometida resurrección tenemos que fijarnos en ese amor que hay en ese deseo de resucitarnos: quien ama necesita estar para siempre con la persona amada. Por tanto, ese amor de Cristo por ti, por mí, por todos, de tenernos a su lado para siempre, debe ser recíproco cuando nosotros también lo amamos: sentir el deseo de querer estar con Él para siempre. Pero no lo sentimos así cuando no somos capaces de desear estar con Él en la oración o en la Eucaristía, cuando tenemos la pereza de ir el Domingo a participar en la celebración eucarística. Hay que hacer e, bien y trabajar por el Reino de Dios, pero el activismo y nuestras exageradas ocupaciones no engordan nuestra fe y amor a Cristo sino nuestro Ego. ¿Por quién hago las cosas y para quién? Esa debería ser una pregunta que me haga hoy.

Que Cristo sea siempre nuestra fe y el que nos mueva a trabajar en hacer un mundo mejor y en hacerlo conocer a Él a todos los que tenemos cerca, para así poder ya saborear su presencia aquí y desearla para siempre.