sábado, 8 de noviembre de 2014

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS. 

Domingo 9 de noviembre de 2014.



Para leer la reflexión de la Palabra de Dios
de este Domingo, pincha abajo en "Más información".


Hoy se celebra en toda la Iglesia, por ser el 9 de noviembre, la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, en Roma, sede del Obispo de Roma (el Papa), y, por ende, Templo Madre de todos los templos de la Iglesia católica latina. Las lecturas bíblicas de este día son las propias de esta Fiesta.

El profeta Ezequiel, en la Primera Lectura, nos cuenta que, acompañado de un ángel, tiene una visión que consiste en recorrer los espacios del Templo de Jerusalén y de cómo de allí manaba un agua diferente que recorría el Templo y, saliendo de éste, circulaba por los campos hasta llegar al mar. Todas las plantas que eran regadas por este río de agua daban sabrosos frutales; y en el mar salobre, donde en sus aguas sólo pueden vivir algunas especies de peces y sólo pueden beber pocos animales, al llegar este agua nacida en el Templo la vida era posible para todas las especies de peces y este agua era saludable para todos los seres vivos que la bebían, los cuales no morían sino que más bien reforzaban su existencia.

Esta imagen es más bien celestial porque se está refiriendo a la nueva Jerusalén, no a la terrena sino a aquella Ciudad donde mora Dios y donde vivirán los justos junto a Él. Se trata del nuevo pueblo de Dios y de un nuevo estado existencial donde las almas tendrán vida para siempre. Dios es el agua que lo recorre todo, el Agua Viva, la que da vida para siempre y la que da alegría. Esta descripción metafórica nos describe el amor de Dios, amor que lo empapa todo y que hace que todo resucite, vuelva a la vida.

San Pablo, en su primera carta a los Corintios, identifica a los cristianos como templos de Dios, porque Dios mismo habita en todo bautizado y la presencia del Espíritu Santo habita en cada uno de nosotros, siempre que Cristo sea el cimiento de nuestras vidas y dejemos que Dios sea el arquitecto que nos edifica.

En el Evangelio de Juan se nos cuenta que Jesús subía todos los años a Jerusalén, como buen judío, para celebrar la Pascua. el último año que lo hizo, al llegar al Templo, quedó profundamente decepcionado por el uso comercial que se le había dado este lugar, olvidando los dirigentes religiosos y el mismo pueblo que el Templo era el lugar más sagrado de toda la tierra conocida, un lugar de culto y oración, porque en él estaba la presencia de Dios. Lo sagrado había terminado siendo profanado, lo cual indigna al máximo a Jesús.

Después de la intervención de Jesús, que expulsa del Templo a todo lo que no es de Dios, Cristo se manifiesta como el verdadero Templo de Dios que los hombres pueden ver y en el que pueden adorar al mismísimo Altísimo. Un Templo que los hombres destruirán en una cruz y que será reconstruido para siempre a los tres días, en referencia a la resurrección. Por lo tanto, el Templo de Dios a partir de Jesucristo ya no es de piedra sino cubierto de humanidad. En el hombre está Dios, y en la Eucaristía, presencia real de Cristo, está Dios. No lo hagamos estar donde Dios se resiste a estar: en las riquezas, en el poder, en la corrupción, en las injusticias... Dios está en el corazón que lo ama y lo adora, en el Pan de la Eucaristía, en la comunidad de hermanos y en los hombres que lo buscan. Dios se hace Templo, presencia, en los sacramentos de la Iglesia y en sus hijos bautizados en los que habita El Espíritu Santo. Y estos que alcanza la santidad, una vez que dejan este mundo, habitan en el Templo celestial donde nos aguarda el Resucitado. Él es el Agua Viva que da la vida en el Bautismo y en los demás sacramentos.