martes, 23 de junio de 2015

MENSAJE DOMINICAL DE LA PALABRA DE DIOS.

Domingo 21 de junio de 2015.



Para leer la reflexión de la Palabra de Dios
de este Domingo, pincha abajo en "Más información".


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy nos encontramos con la Palabra de Dios que nos habla del poder de Dios, y del poder de Cristo como Hijo de Dios. Vemos el poder de Dios sobre las fuerzas de la Naturaleza, pues éstas solo obedecen a Dios y tan sólo Él las puede dominar.

Job nos habla de ese poder divino en una experiencia en la que él ha comprobado la fuerza de la mano de Dios, describiendo de manera poética la admiración que siente ante las maravillas que hace Dios y de su dominio de todo aquello ante lo que el hombre se siente inferior e impotente. Dios es el Creador y al mismo tiempo el Señor de todo lo que ha salido de sus manos.

San Pablo nos habla de un antes y de un después en la historia de la humanidad, pues con Cristo ha surgido un tiempo y un orden nuevo, el del amor de Dios a todos los hombres y mujeres. Los beneficios de la muerte y resurrección de Cristo no han sido para Él sino para todos los humanos que creen en Él.

En el Evangelio de Marcos asistimos a una escena simbólica de la tormenta y la calma, sensaciones que todo humano tiene en la vida, pues hay en nuestras vidas momentos críticos y momentos de estabilidad y serenidad. 

Cristo ha dejado una orilla del lago en la que se encontraban los que le seguían para escucharle y pidirle ayuda. Se traslada en una barca a la otra orilla, en la que se encuentran los alejados, los que no vienen sino que hay que buscarlos. Ya nos lo dice el Papa Francisco, la Iglesia ha de estar en salida, en busca de los alejados.

La barca se mete en las aguas profundas y allí, sin la seguridad de la tierra se monta una tormenta inesperada, que no sólo dificulta la navegación sino que pone en peligro la estabilidad de barca y la vida de todos los que van en ella. El miedo se apiada de los viajeros y la impotencia de los expertos pescadores hace que busquen ayuda en Jesús. Y lo hacen porque tienen la certeza de que Él puede salvarlos en esta situación de naufragio. Se sienten desconcertados al ver que estando ellos en tan gran aprieto el Maestro duerme, descansa ajeno a lo que sucede, como si no le importara lo mal que lo pasan ellos y como si se hubiera desentendido del problema que tienen. El miedo a la muerte que sienten ellos contrasta con la paciencia que tiene el Señor. 

La barca es la Iglesia, que no deja de sentir la amenaza de los ataques, de los problemas, de las persecuciones, de las divisiones internas, de la falta de vocaciones... Parece que se va a hundir, que va a desaparecer, que se va a quedar sin miembros... Y han pasado más de veinte siglos y sigue su rumbo sin detenerse en tormentas ni temporales. Y supera todos esos obstáculos porque está capitaneada por el que la fundó, la dirige y permanece en ella a lo largo de los siglos. Nuestra falta de fe hace que desconfiemos del poder de Cristo y de su amor hacia sus discípulos, nosotros. Muchas veces nos vemos de manera personal frente a los peligros de la enfermedad, de la muerte, de los fracasos, de la pérdida de seguridades... Pero quien permanece en el Señor y confía en Él finalmente se siente escuchado y recatado por el Amigo y Señor de todo, por quien nos ama con locura hasta arriesgar su vida por nosotros.

Dios permanece oculto, distante, silencioso, ausente... Pero siempre está aunque no lo notemos. El grito desesperado de la oración hace que Él nos mire con misericordia, se apiade de nosotros en la angustia. Su respuesta es su actuación poniendo cada cosa en su sitio, pero en el tiempo que estima oportuno y de la manera que a Él le parece. En las pruebas de la vida Dios examina nuestra fe.

Feliz Día del Señor y oremos para que nos aumente la fe en Él.