sábado, 25 de marzo de 2017

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE DIOS. Cuarto Domingo de Cuaresma.




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INTRODUCCIÓN

En esta sección del blog parroquial SANJUANYPIEDAD.COM queremos meditar cada semana la Palabra de Dios que se lee y que se proclama en la celebración de la Eucaristía del Domingo, en cada ocasión diferente y con mucho que enseñarnos.

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA

PRIMERA LECTURA
Lectura del primer libro de Samuel 16, lb. 6-7. 10-13a
SALMO 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6 
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 8-14
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38

Como decía el domingo pasado, la Cuaresma, además de ser un tiempo de conversión y de preparación interior para vivir los momentos y misterios centrales de nuestra fe, especialmente la Resurrección del Señor en el tiempo pascual, también es un tiempo de catequesis para preparar a quienes reciben por vez primera los sacramentos, especialmente el del Bautismo.

Por eso los textos evangélicos de estos últimos domingos cuaresmales son una catequesis sobre el Bautismo, como en la semana anterior expusimos con el relato del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, donde a Cristo se le atribuye ser el Agua Viva.

En el pasaje de Samuel somos testigos del momento de la elección del pequeño David para ser el rey de Israel, que luego, junto con su hijo Salomón, serán los reyes más grandes de Israel en toda su historia.

Al profeta un padre presenta en la aldea de Belén a todos sus hijos para que Dios elija de entre ellos al caudillo para dirigir a su pueblo. Sin embargo Dios no elige a ninguno de los presentados sino al que no estaba en el grupo por su minoría de edad y que se dedicaba al pastoreo del ganado familiar. Porque Dios, como subraya el texto, no mira las apariencias sino lo profundo del corazón de cada hombre y mujer, no elige a un militar y robusto hombre sino a un sencillo muchacho. Y en la debilidad de la persona se ve más aún la grandeza de la actuación de Dios, que hace maravillas que superan a toda obra humana. 

El muchacho es ungido con el aceite con el que recibe el Espíritu de Dios que le acompañará a partir de ahora en todo momento. El Mesías, que significa el Ungido, nacido también en Belén, ha sido elegido por Dios como pastor del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, y como el Salvador del mundo.

El Mesías será la Luz que nos saque de las tinieblas, como indica San Pablo en su epístola, para que los cristianos, por el bautismo, seamos luz en un mundo lleno de oscuridades.

En el Evangelio Jesús se encuentra en Jerusalén a un ciego de nacimiento, un invidente que necesita de la ayuda de los demás para desplazarse y que se siente impedido, sin posibilidad de valerse por sí mismo. Necesita de los demás y siempre está en peligro. Ante todo no conoce nada por sí mismo sino por lo que le cuentan. Juan nos compara la ceguera física con la ceguera espiritual, la de aquellos que no tienen fe o de los que se han alejado de ella a causa de sus pecados.

Jesús aparece como el dador de la fe y al mismo tiempo como el centro de esa fe, pues el cristiano recibe la fe en el Bautismo que le permite profesar a Jesús como el Señor, el Hijo de Dios, la Luz del mundo. Por Cristo llega la salvación mediante la gracia del Bautismo que nos hace pasar de la oscuridad a la luz de la fe que nos permite conocer los grandes misterios de Dios, para amarlo sobre todas las cosas y adorarlo.

Los detalles de la actuación de Jesús en este signo o milagro no tienen desperdicio. Unta barro con saliva en sus manos y lo deposita en los ojos del ciego. La saliva, signo de la Palabra de Dios, mezclada con el barro de nuestras fragilidades humanas, se convierten gracias al bautismo, simbolizado en la acción de lavarse en el agua de la piscina de Siloé, en la luz de la fe que sólo nos viene por Cristo.

Una vez más tenemos que profesar nuestra fe en Jesucristo, el Mesías e Hijo de Dios, la Luz del mundo que por el bautismo sana nuestra ceguera para que nosotros también alumbremos a quienes viven en la oscuridad de un mundo materialista y sin Dios. Nosotros también somos ungidos en el Bautismo y en la Confirmación, con el óleo del Santo Crisma, para, recibiendo el Espíritu Santo, participar del sacerdocio, de la realeza y del profetismo de Cristo, el Ungido de Dios.


Emilio José Fernández