lunes, 11 de septiembre de 2017

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE DIOS: Vigésimo segundo Domingo del Tiempo Ordinario.



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INTRODUCCIÓN

En esta sección del blog parroquial SANJUANYPIEDAD.COM queremos meditar cada semana la Palabra de Dios que se lee y que se proclama en la celebración de la Eucaristía del Domingo, en cada ocasión diferente y con mucho que enseñarnos.

DOMINGO VIGÉSIMO SEGUNDO
DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Jeremías 20, 7-9
SALMO RESPONSORIAL 62, 2. 3-4. 5-6. 8-9
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 21-12, 1-2
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 16, 21-27

Es famosa la frase en la que Jeremías habla de su vocación como una seducción de Dios, en la que el vocacionado se siente vencido tras un periodo y situación de resistencia. Toda vocación es un empeño de Dios y todo vocacionado experimenta rendido que el amor y la voluntad de Dios son superiores a los miedos y excusas.

Si toda vocación comienza con esa crisis, va seguida luego más tarde de otras crisis provocadas por el sufrimiento que conlleva el seguimiento del Señor. Los problemas crecen y los padecimientos también. Momentos en los que uno decide tirar la toalla por librarse de todo eso; momentos en los que con cierta sensación de fracaso parece como si ya no mereciera la pena invertir tiempo, trabajo, y hasta una vida por el Reino de los Cielos.

Pero cuando Dios se ha colado en nuestro corazón, cuando nos lo ha robado y es más suyo que nuestro, es casi imposible desentenderse de Él y de dejar de ser sus colaboradores. Cuando la vocación es un don de Dios y no una ilusión nuestra, sentimos que ya no podemos dejar a Dios porque si se nos hace insoportable seguirle, más insoportable se nos hace no tenerlo a Él. Esto mismo que aplicamos a la vocación lo podemos aplicar a la misma fe. Pero no olvidemos que todo bautizado es vocacionado para seguir al Señor en el ministerio y campo en el que ejerce su misión: sacerdote, monje o monja, consagrado o consagrada, esposo y esposa, catequista, voluntario de Cáritas, cofrade comprometido…

Esta crisis también la experimenta Pedro como nos aparece en el pasaje del Evangelio de Mateo. Si el principal de los discípulos la ha tenido, ¿quién de los demás no podrá tenerla? Y es que por muy creyentes y vocacionados que seamos, nunca dejemos de ser humanos y débiles.

Todo hombre y mujer tiene que decidir en su vida, a diario, entre varias ofertas la mejor, y esa decisión casi siempre la hacemos teniendo como meta la felicidad y satisfacción personal, aunque no siempre eso está garantizado. Humanamente ser feliz no es igual a sufrir. Pero cristianamente seguir a Dios conlleva sufrimiento, porque por amor también se sufre. Pero aún sufriendo, el amor merece la pena, y es que al hombre y a la mujer no le hace nada tan feliz como amar y ser correspondido. Con amor se puede afrontar toda dificultad y todo dolor, porque el amor nos hace fuertes y decididos. Quien no ama a Jesús, a su esposa o esposo, a su hermano o hermana de comunidad..., con un gran y sincero amor, todo se le hace cuesta arriba. No es así en cambio cuando hay amor, que todo se nos hace soportable. Por eso, el seguimiento de Jesús es para corazones enamorados y valientes, para los que el sufrimiento es una prueba de amor.

Emilio José Fernández