lunes, 11 de septiembre de 2017

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE DIOS: Vigésimo tercer Domingo del Tiempo Ordinario.



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INTRODUCCIÓN

En esta sección del blog parroquial SANJUANYPIEDAD.COM queremos meditar cada semana la Palabra de Dios que se lee y que se proclama en la celebración de la Eucaristía del Domingo, en cada ocasión diferente y con mucho que enseñarnos.

DOMINGO VIGÉSIMO TERCER
DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA
Lectura de la profecía de Ezequiel 33, 7-9
SALMO RESPONSORIAL 94, 1-2. 6-7. 8-9
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 13, 8-10
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 15-20

La vida de fe es una vida en comunidad, como lo es la vida humana. No venimos al mundo solos ni podemos vivir sin los demás. El hombre y la mujer necesitan de la convivencia diaria. Cada hombre y mujer tiene una historia de fe personal pero todos estamos llamados a formar parte del pueblo de Dios. Mi fe no me puede aislar nunca de los demás, más bien me compromete con los demás. Y me compromete en una ayuda que va más allá de la atención material de compartir mis bienes con quien pudiera necesitarlos. También hacer el bien consiste en corregir a quien se ha equivocado de camino o en sus decisiones que le acercan al fracaso o a la destrucción.

Cuando se corrija hay que hacerlo con amor y con el fin de recuperar al hermano o hermana que se ha alejado o que vive de manera opuesta al Evangelio. Corregir no es nunca rechazar a la persona aunque rechacemos su conducta, sino que corregir es consecuencia del amor y de la importancia que tiene alguien para nosotros, porque corregir no es fácil y tampoco todo el mundo acepta la corrección.

El Señor nos dice que, aunque el otro no sea mi hijo, o mi esposo o esposa, ni si quiera mi amigo o amiga, con que sólo sea mi hermano o hermana en la fe yo tengo la obligación de prestarle mi ayuda con la corrección fraterna. Corregir no es criticar ni dar mala fama a quien ha hecho algo mal. Por eso la corrección, que es un asunto delicado, muchas veces ha de hacerse con la discreción de realizarse en lo secreto y en ocasiones con la ayuda de otros. La comunidad cristiana tiene responsabilidad sobre mí y mis decisiones. Y hay muchos cristianos a los que no les agrada que la Iglesia les indique cómo han de vivir o cómo no han de hacerlo, y menos todavía les agrada que la Iglesia les exija la vivencia del Evangelio. Pero también los responsables de las comunidades han de saber corregir e indicar.

La convivencia no es fácil ni en la comunidad cristiana, ni en un convento, ni en una cofradía, ni en la familia, ni en el trabajo… La solución en los conflictos de convivencia no es el enfrentamiento sino la corrección y el perdón. Cuando mi hermano y mi hermana, a los que amo y me duelen, viven equivocados o desorientados, me siento obligado a intervenir para que no se hagan daño con sus conductas o forma de vivir. Siempre respentado la libertad del otro.

La comunidad reunida en el nombre del Señor no sólo tiene poder para corregir a uno de sus miembros sino que lo tiene también para tomar decisiones que pretenden el bien de todos. Y una autoridad o poder también en la oración, porque cuando la comunidad ora unida el Señor la escucha. Por eso la oración cristiana tiene esas dos vertientes: la personal o individual y la comunitaria. Los cristianos tenemos que tener tiempos de oración personal y tiempos de oración comunitaria. Las comunidades, al igual que se reúnen para tantas cosas, también han de hacerlo para orar. Un sacerdote que no ora junto a su comunidad, un religioso o religiosa que no ora junto a su fraternidad, un cofrade que no ora junto a su comunidad, unos esposo o una familia que no oran juntos, o una comunidad parroquial que no se reúne para orar… tendrá menos calidad cristiana que quienes sí que lo hacen. Por consiguiente, no se entiende a un cristiano o cristiana fuera de la Iglesia ni alejado de la vida y de la comunidad cristiana.

Emilio José Fernández