miércoles, 4 de octubre de 2017

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE DIOS: Vigésimo sexto Domingo del Tiempo Ordinario.



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INTRODUCCIÓN

En esta sección del blog parroquial SANJUANYPIEDAD.COM queremos meditar cada semana la Palabra de Dios que se lee y que se proclama en la celebración de la Eucaristía del Domingo, en cada ocasión diferente y con mucho que enseñarnos.

DOMINGO VIGÉSIMO SEXTO
DEL TIEMPO ORDINARIO

El profeta Ezequiel nos muestra en esta profecía cómo el proceder de Dios es misericordioso con el pecador que se ha arrepentido de su pecado y se ha convertido. Manera de proceder que no siempre entendemos cuando no valoramos el perdón.

Pablo nos insiste en que el perdón fraterno, fruto del amor entre los hermanos, tiene como consecuencia la unión de todos los miembros de la comunidad creyente. Pero el garante de esa unión es ante todo el que cada creyente tenga los mismos sentimientos que Cristo: la obediencia a Dios, la humildad y la entrega.

En el pasaje del texto evangélico de hoy, nos encontramos con un Jesús que de manera sencilla continúa predicando y anunciando el Reino de los Cielos con el lenguaje común y comparativo que tienen las parábolas.

Jesucristo siente el rechazo y la incomprensión de los dirigentes religiosos de Israel representados en el grupo de los fariseos. Éstos, cumplidores de la Ley de Dios, no entienden ciertos comportamientos del Maestro que hasta se convierten en noticia escanadalosa, pues se relaciona e incluso comparte la mesa con los que eran considerados los más pecadores y la escoria de la sociedad. Los fariseos no admiten que un hombre al que se considera un profeta y hombre de Dios haga lo que ellos no hacen, cuando ellos se consideran entre los justos por tener una vida ordenada y por realizar todos los preceptos religiosos. De alguna manera se han dado cuenta de que el Señor ha invertido el orden de los preferidos de Dios.

Es entonces en este ambiente cuando Jesús interviene con esta parábola que solo aparece en el evangelio de Mateo para dar respuesta a la duda sobre quiénes son los destinatarios del Reino de los Cielos.

Nos encontramos con un mismo padre de dos hijos distintos en su proceder. Enviados cada uno por el padre a trabajar en la viña familiar, tenemos que el primero protesta pero finalmente lo hace mientras el segundo asegura al padre que lo hará y finalmente se escaquea y no lo hace. La clave está en juzgar quién de los dos obedece y cuál desobedece, y evidentemente queda patente porque más que las palabras y que las intenciones lo que termina valorándose son los hechos. 

Aplicada esta primera parte de la parábola a nuestra vida como cristianos, la parábola denuncia a quienes se creen y se conforman con tener fe pero luego no viven el Evangelio ni viven como auténticos cristianos. Por consiguiente la autenticidad nos la da la coherencia entre lo que creemos y lo que hacemos o vivimos. Hay una denuncia a aquellos cristianos que viven y vivimos de manera relajada y autónoma la fe, desde nuestras propias costumbres y hábitos, sin atender las exigencias del Evangelio ni tener en cuenta los mandatos de Dios. Tener fe y vivir en el pecado y en el olvido de Dios no es admisible porque resulta una incoherencia.

Y ahora viene la segunda parte del texto, posterior al de la parábola, mediante la cual Jesús denuncia la actitud de aquellos que teniendo fe no hacen lo que Dios pide, de aquellos que no le han acogido sino que más bien le han rechazado, mientras aquellos que eran considerados indignos y a los que se les marginaba y excluía en la religión y en la sociedad se han convertido, lo han acogido a Él y forman parte del grupo de discípulos que le sigue.

Podremos tener mucha fe y hasta mucha vida sacramental, pero si no amamos, si no perdonamos y si no acogemos a todos, indistintamente de cuál sea su origen, no somos verdaderos discípulos de Cristo, ni auténticos cristianos ni sinceros hermanos. Si no acogemos a los pecadores convertidos como lo hace el Señor, nosotros tampoco podremos considerarnos amigos de Él. Porque nuestras obras nos delatan e indican lo que somos. 

El Reino de los Cielos es una propuesta de Dios para todos los hombres y mujeres de cualquier procedencia y con cualquier pasado. Sólo el que se convierte de corazón al Evangelio formará parte de Él, pues todos estamos llamados por el Señor a trabajar en su viña, en su Reino, cuyos frutos son el amor, la misericordia, la paz, la fraternidad, la solidaridad, el servicio… Frutos visibles de la presencia del Reino de los Cielos en el mundo y de nuestra autenticidad como cristianos, porque, al fin y al cabo, como dice el refranero popular “las palabras, como las apariencias, se las lleva el viento”.

Emilio José Fernández